Acerca del grado de dificultad de las lecturas obligatorias

María Pilar Gomis
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Área de coñecemento
Contexto educativo
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Uno de los dilemas eternos de los profesores y de los departamentos de Literatura de secundaria estriba en calibrar el grado de dificultad de las lecturas obligatorias. Y, pese a ser un dilema eterno, solía tener una respuesta unitaria: el nivel de las lecturas ha de adaptarse al nivel lector de los alumnos. Apoyándonos en la teoría de que unas lecturas complejas apartaban al alumno -¡quién sabe si definitivamente!- del gusto por leer, profesores y departamentos optamos por dar siempre textos sencillos, sin matices, cotidianos, que no fueran un obstáculo que impidiera la realización de las lecturas.

Dos generaciones después, hemos acabado con los lectores.

Nuestros alumnos no leen y tienen toda la razón en no hacerlo, para qué leer si aquello que leen:

 
  1. Es tan simple que no les aporta ninguna idea nueva
  2. No emociona por la pobreza de su lenguaje
  3. Carece de una estructura narrativa rica
  4. Carece de un análisis en profundidad del mundo
  5. Los argumentos son tan manidos y previsibles que no solo no les mantienen atentos, sino que pierden en una competición con cualquier serie televisiva de prestigio
  6. No deslumbra por la creación de personajes
  7. No les lleva a crear una  imago mundi densa y amplia
  8. No les ayuda a madurar y no les transforma

Después de años de estar dándoles el tipo de lectura que nos solicitan los alumnos, padres, educadores y pedagogos creíamos que íbamos a conseguir nuestro objetivo: muchos lectores habituales ganados para la causa por la facilidad y el placer de estas lecturas, y sin embargo, cuanto más sencillas -léase simplonas- han sido estas propuestas, más lectores hemos perdido. 

 

Dos ideas han predominado a la hora de seleccionar la literatura infantil:

 
  1. La primera que no hubiera vocabulario culto, solo coloquial, que permitiera al niño sentirse como en casa.
  2. La segunda, ofrecerle un mundo literario caótico y/o absurdo, que considerábamos el culmen de la imaginación infantil.

Cuando precisamente leemos para no sentirnos como en casa, para conocer otras realidades y otros mundos, cuando queremos correr aventuras y abrirnos a otras realidades, la restricción de ese vocabulario, ha terminado por restringir también su mundo literario y lo ha convertido en su mundo personal, en una prolongación de su cuarto de juegos, con las mismas seguridades y las mismas rutinas, que no facilitan su entrada en el universo exterior, que no permiten cortar el cordón umbilical, que es también uno de los fines de la literatura.

 

En cuanto al estilo literario caótico y absurdo, es sumamente interesante para los niños que ya tienen construidas unas estructuras de comprensión del mundo y a los que les divierte sobremanera la burla, la parodia de esas estructuras, pero, para quienes no las han tenido, estas formas literarias solo hacen que aumentar  su sensación de caos y no encuentran en la literatura maneras de ordenarlo. El juego literario de lo caótico y lo absurdo está bien si previamente han tenido la oportunidad de leer libros estructuradores, pero, si la mayoría de sus lecturas son desestructuradoras, no encontrarán en el ejercicio lector esas herramientas que les son de utilidad para construirse una imagen de sí mismos, del otro y del mundo, clara, ordenada y optimista, que les dé seguridad y confianza. 

En conclusión,  con este proceder por parte de los prescriptores de lecturas hemos acabado con todo afán e interés lector. Efectivamente, para el viaje de su vida, estas lecturas no aportan nada a sus alforjas. 

Por lo tanto, si complaciendo su gusto por la facilidad, por lo ordinario, hemos destruido el amor y la  pasión lectoras, no quedará más remedio que recuperar la dificultad en las obras literarias para que puedan hallar ideas (no doctrina) enriquecedoras, emoción devenida de la función poética, análisis variados y  profundos de la realidad, estructuras narrativas más ricas y complejas, personajes sólidos y redondos, la posibilidad de crear una imago mundi variada y que responda a sus demandas y, por encima de todo, una literatura que les haga crecer como personas. Todo esto será el tema para el próximo artículo.